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Mario Mendoza, escritor.
La tarde estaba soleada y nos encontramos en Cali con los jóvenes de Biblioghetto para ir a conocer su proyecto. Ya nos habíamos carteado un par de veces con Gustavo, su fundador, y le había prometido una visita a su barrio a echarle un vistazo al trabajo que estaban realizando allí. Y por fin el momento había llegado.
La sorpresa fue mayúscula. Con las uñas, un grupo de amigos decidió que no podía dejar a su comunidad sin el derecho a leer y escribir. Increíble. Nadie les dijo, nadie los adoctrinó, nadie les explicó la importancia de la lectura y la escritura en el desarrollo de la conciencia crítica, de la democracia participativa. Ellos solos se fueron encontrando alrededor de un puñado de libros, de unas cuantas páginas, de unos autores que les movieron el piso, que los cuestionaron, que les mostraron nuevos caminos. Y sin aspavientos de ninguna clase, sin protagonismos insulsos, empezaron a trabajar con sus vecinos, con los niños, con los hermanos y los padres de esos niños.
Sobra decir que no es una zona fácil. Mucha violencia, mucho desplazado por los conflictos en Buenaventura y el Chocó, muchas ollas de droga en las calles vecinas. Sin embargo, sobreponiéndose, apretando la mandíbula cuando las cosas se ponían feas, fueron conquistando un espacio, una confianza entre los suyos, un respeto. Y lograron que los libros estuvieran allí, que hicieran parte de la cotidianidad de la gente, su gente.
Habilitaron una antigua caseta abandonada donde algunos drogadictos de la zona se reunían a meter bazuco, pusieron allí dos bibliotecas metálicas, cinco libros, dos carteleras, colgaron el nombre de un escritor para darse a sí mismos un poco de fuerza, y un buen día decidieron que ese sería el inicio del sueño, el pequeño rincón desde el cual empezarían la resistencia. A pocas cuadras está el basurero y varios de los recicladores viven colindando con los escombros. No hay con qué pintar, no hay cómo ampliar la caseta, ninguna autoridad local ha querido unirse al proyecto y defender ese espacio mágico, ese cuadrado donde este combo de soñadores se reúne a leer con los chiquitos del sector. No importa. Ellos continúan igual leyendo en voz alta para esos enanos, hablándoles de gigantes, continentes remotos y aventuras extraordinarias. Saben que algún día la imaginación derrotará la pobreza circundante. Saben que algún día todos ellos vivirán no en la Comuna 6, sino en el planeta B 612 del Principito.
No tengo sino palabras de admiración para ellos. Sólo me inspiran respeto. Porque el primer paso es quejarse, maldecir, decir que todo está mal, que el mundo es una porquería, que esta sociedad en la que nos tocó vivir es una inmundicia. Luego, algunos, deciden intentar un cambio por medio del voto democrático y acuden a las urnas para elegir a personas más conscientes y menos incapaces. Pero tampoco es suficiente. Las maquinarias de los partidos operan muy bien y uno se da cuenta, con enorme dolor, de que la democracia está viciada. Entonces, unos pocos, muy pocos, descubren que estamos solos y que el único modo de cambiar el mundo es haciéndolo nosotros mismos aquí y ahora. Y se levantan, se emancipan y comienzan a trabajar en esa dirección. Admirable. Porque en ese largo camino por construir resistencia civil pacífica todo está en contra y nada a favor. Y aun así uno sabe que es preciso hacerlo, que ya no hay marcha atrás.
Estoy convencido de que esa miserable caseta al lado del basurero es uno de los lugares más impactantes que he conocido en el mundo entero, unos pequeños metros cuadrados donde la humanidad se está jugando lo fundamental: si aún tiene algo de humano.
No me cabe la menor duda de que ese rincón es un pasadizo a otro mundo, un agujero de gusano, una puerta que nos comunica a todos con lo mejor que hay en nosotros mismos. Si esa ínfima biblioteca es demolida, o se hunde en la desidia, o desaparece, una parte de todos nosotros, quizás la mejor, morirá para siempre.
Por eso hoy, entrando la noche, desde las montañas del interior de este país inverosímil, yo te invoco, Hermes Logios, señor de las palabras poderosas, señor de los mensajes iluminadores, señor de los que emprenden viajes absurdos, y te ruego, te suplico que no los vayas a abandonar, que les mantengas sus ilusiones intactas. Apiádate de ellos, señor del lenguaje y de los sueños imposibles, y otórgales la oportunidad de ver lo que ellos ya sospechan: que la imaginación es todopoderosa e invencible.
Que así sea.
Mario Mendoza
Marzo - 2014
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